domingo, 13 de junio de 2010

Creer en Dios


Con la puesta en marcha de las campañas publicitarias a favor de la opción atea, se abrió en su día un interesante debate que dejó a muchos con una inquietud permanente.





Quizás la mejor forma de evitar la realidad que a cada uno, más tarde o más temprano, puede tocarnos vivir (y no hablaré de las abducciones por no liarla más de lo debido), sea aparcar el tema en el maremágnum de las hemerotecas, como se ha hecho, así el descanso de algunos puede ser temporalmente relajante hasta que descubran por si mismos alguna que otra divinidad personal que les satisfaga más que el mismísimo Dios creador; no sea que quede algo por descubrir y se lleven una sorpresa en su, también, supuesta eternidad.

Esto tampoco sería muy novedoso ya que entre la colección de dioses que tenían los griegos existía una figuración dedicada al dios no conocido, es decir, por si acaso quedaba algo más.

Y en relación con esto, el ser humano ha echado mano de un invento un tanto sorprendente y que ha resultado el más peligroso de los conocidos. Me refiero a la religión. Este hecho, tan antiguo como los orígenes de la humanidad, ha sido un venero mortífero, una droga destructora que se ha revestido de santidad, para parecerse al único Dios y frenar los más bajos sentidos humanos.

Este fenómeno religioso ha generado tal conflicto en las sociedades del pasado y del presente, que ha llevado a la mentalidad humana a intentar ser ateos y no creer en nada.

Las religiones han buscado, con éxito, someter a sus seguidores a sus propios deleites, y dichos adeptos han identificado esas prácticas humanas con Dios, creando un modelo propio y llegando a una episteme errónea. Bien es cierto que no hace falta ser muy inteligente para rechazar creer en un Dios vengador, destructor y sobre todo oscuro y distante del pueblo, pero es una tragedia que lleguemos a lo que hemos llegado, es decir, decidirnos por algo que ni por asomo hemos conocido.

Lo que motivó esta reflexión con todos ustedes ha sido un contacto por las redes sociales en Internet que en el apartado de creencias manifestaba “creo en Dios a mi manera”.

Y aunque muchos puedan sentirse identificados con la misma, la frase me recuerda a Frank Sinatra. Con todo respeto a las opiniones, no me parece la mejor forma de creer en Dios, puesto que hay muchas posibilidades de que esa no sea la forma en la que haya que creer.

¿Y cual es la forma se preguntarán algunos?. Esa fue la misma pregunta que le hizo un miembro del Sanedrín a Jesús de Nazaret, de nombre Nicodemo y la respuesta resultó inconcebible para el erudito judío: “Nacer de nuevo”. Ese nuevo nacimiento supone conocer a Dios personalmente y decidir libre de ataduras, de ritos y religiones.

Ese nacimiento solo proviene de creer en Dios y de aceptar la obra de la cruz.

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